Prostitución, explotación humana e hipocresía social


Había una vez una carreterita que unía serpenteando entre pueblos dos ciudades cercanas. El progresivo abandono del campo y el auge del sector de servicios de ambas ciudades incrementaron a la par el tráfico en aquella ruta. Pronto se hizo necesario ampliar los carriles. Más tarde, la vieja carretera fue catalogada como secundaría y a su vera fue construida una más moderna auto vía. Donde los vehículos se trasladaban más veloces y numerosos. La carreterita originaria que trascurría paralela en tantos puntos se transformo en calle, poblada de numerosos polos productivos más propios del nuevo tejido económico. Con miles de mini empresitas de las más variada índole que daban vida al sistema.

Un buen día, en una curva apareció un gracioso tenderete, con colorada sombrilla y espectacular hembra semi desnuda del sol allí cobijada. En espera de gorgoritos deseosos de sus “servicios”. Aquella enseguida fue emulada por otras tantas. Al principio, pocas y solo “nacionales”. No mucho después, con los avatares de la globalización, numerosas y de todas las razas y orígenes. En breve, la organización de la “mercancía” respondía a las necesidades de mercado, con una “logística” de precisión suiza. De las señoras de media edad todas de la zona, se paso a la ucranianas adolescentes. Luego llegaron las moldavas, sustituidas por las nigerianas, reemplazadas por los travestas. Al final, a tiro limpio, se dividieron las zonas y así cada decena de kilómetros representaba una bandera diferente. Una tez diferente, un estilo diferente.

En aquellos tiempos era normal leer en los periódicos de las dos ciudades encendidas declaraciones de indignación. De compromiso político y moral de acabar con aquello. Defensores de derechos humanos, responsables de la seguridad, alcaldes de pedanías solicitadas, hombres de juicio y un sin fin de personas clamaban por el bochorno y la humillación de aquellas pobres criaturas en venta forzada a los arcenes de su vía imperial. A parte del constante ruido nada se hizo ni nada se hace en verdad para cambiar esta vergonzosa situación.

Hoy en esa carretera, conocidos empresarios de esa sociedad han construido coquetos hoteles de facturado asegurado. A la sombra del trajín humano han nacido bares y cafeterías y gasolineras y todo esta muy bonito y bien cuidado.

En solo 10 años, a los lados de esa carretera han surgido tres moteles, dos hoteles y cuatro o cinco mega restaurantes. Las prostitutas siguen allí. En un evidente y escandaloso tráfico de seres humanos con fines de explotación sexual a la vista del más ciego. Son tantas las veces que recorriendo esa ruta hacía mi cotidiano trabajo he podido observar furgonetas de 9 asientos “distribuyendo” la mercancía en el territorio con precisión milimétrica. No es raro ver los proxenetas en puntos intermedios de su negocio. Algunos están directamente detrás del capital social de alguna empresa fantasma radicada en zona y que les facilita el control del territorio. Las fuerzas de seguridad ciegas no son, así que la ausencia de combate al delito se puede solo achacar a conveniencias políticas bien desarrolladas.

Es una vergüenza a cielo abierto en la que todos dicen estar escandalizados pero el sistema no hace nada para atajar esta complicidad criminal. Es tan difícil intervenir?, no se puede “rescatar” a todas estas niñas indefensa y aterrorizadas?, no se puede investigar, seguir y arrestar a los proxenetas?, la Hacienda Pública no puede indagar sobre ciertos patrimonios?, no se pueden hacer redadas en los moteles que se han construido exclusivamente como soporte al vil negocio?.

Esta no es una historia inventada, es verdadera. No solo en esa carretera, en tantas y tantas otras. En barrios enteros, en periódicos llenos de anuncios, en sitos y páginas internet evidentes, saunas, gimnasios y tantos otros variados contextos. Detrás de los cuales, casi, casi siempre hay solo terribles historias de explotación, de violencia y de terror. Pura, dura y cruda inhumana esclavitud del Siglo XXI. Con la indiferencia generalizada y la pulcra moral del Vaticano consintiendo. Una de las grandes hipocresías de nuestros tiempos. Hasta cuando?.

Que hacemos?.

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