30 Jul 2011
de Ernesto Osborne
en Narrativa
Se detuvó a mitad del sendero. Dudaba. Su padre tantas y tantas veces le había recordado la importancia de mantener siempre el camino recto. Perseverar y no deslumbrarse en el espejo de las alondras.
Es el vía crucis que trastorna. La confluencia que duda. El horizonte vislumbra, el norte que nunca debe perderse.
El paso raudo, firme, imprudente al filo de la inconsciencia. Dios, cállate ya, padre por favor.
Cuan tarde se entienden aquellos sabios consejos
La voluntad del viajero es innata, la ruta ignota. El trazado una elección. Donde esta la próxima parada?
Apearse a tiempo nunca es fácil. Como perder ese último tren, cuando la estación cierra y baja la noche.
Intuitivamente enfilo la senda que discurría al borde. No tardo en alcanzar la cima, El panorama, desde allí arriba es impresionante. El mar reluciente se pierde a la vista donde los acantilados, espumosos por la rabia de las aguas son esculpidos por el cincel del tiempo. Montañas, bosques y vaguadas conforman una belleza indescriptible. Si, es mi sitio, finalmente lo sé. Quiero vivir.
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